Ingrid Picanyol Studio.

Cuaderno de proyecto: Torelló Mountain Film Festival 22

28 octubre 2022
5 min

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Cuaderno de proyecto: Torelló Mountain Film Festival 22

Desde hace cinco años, las ediciones del Festival de Cinema de Muntanya de Torelló giran en torno a un lugar del mundo. Este lugar nos sirve para desarrollar diferentes actividades paralelas a la competición y, también, como ya probablemente sabéis, para crear el punto de partida del concepto de la campaña. Ya lo he dicho en ediciones anteriores, pero si el cine explica historias, entendemos también nuestro ejercicio como una oportunidad para explicar otra y de esta manera sumar miradas a este acontecimiento cultural, rico y diverso, que nos gustaría construir.

Aunque durante la mayor parte de sus cuarenta años de historia el festival ha tenido tendencia a poner los deportes de montaña en el centro, se pretende, desde 2018, poner en valor la cultura de montaña más allá del deporte. Las historias de personas que se relacionan con la naturaleza de una forma diferente de la de la práctica deportiva también son historias de montaña, las historias que pasan en contacto directo con el territorio también son historias de montaña, y las historias marcadas por el comportamiento de la naturaleza, también son historias de montaña. Las fronteras fragmentan el territorio, y nos sirven para poner nombre a los lugares y para controlar comportamientos humanos, pero no —o al menos hasta ahora— para controlar el comportamiento del clima. Des del punto de vista medioambiental, venimos viendo ya desde hace tiempo que lo global y lo local están en constante relación. Que lo que sucede en un pequeño trozo de mundo puede ser provocado por una causa global, a la vez que todo el planeta vive globalmente una crisis climática provocada principalmente por los países desarrollados, que en extensión de territorio somos minoría. Vaya. Teniendo en cuenta pues esta dicotomía, me pregunto si lo que ha pasado o pasa en Mongolia puede ser una consecuencia de lo que hacemos aquí. O, por otro lado, me pregunto también si lo que está pasando hoy en día en Mongolia, también está pasando aquí y en el resto del mundo.

Empiezo a investigar sobre Mongolia y a reunir todo lo que encuentro, me parezca a priori interesante o no. Muchas de las primeras cosas que encuentro elevan la figura de Gengis Kan, hablan sobre los conflictos persistentes con China y destacan la infinita estepa de este territorio tan poco habitado, y de cómo esta se convierte en el lecho de la cultura nómada más importante del planeta. Paréntesis para aquellos que, como yo, desean revisitar lo que mueve a este tipo de comunidades: el nomadismo ha sido la forma de vida de la mitad de la población de este país, y existe, no porque los pastores y sus familias tengan espíritu viajero, sino, precisamente, para garantizar la supervivencia del grupo. Son grupos ligeros en equipaje, pero muy pesados en personas y ganado. Que cuando en un sitio hace demasiado frío, tienen que transitar hacia ese lugar donde saben que el clima será más cálido, o que cuando en un sitio deje de llover, tienen que desplazarse hacia ese donde saben que habrá agua dulce y, por lo tanto, también hierba fresca para su rebaño.

Resulta que estas familias han sabido hacia donde tenían que moverse gracias a la tradición oral. Hasta ahora, los mayores transmitían el conocimiento a los jóvenes y todo funcionaba. Pero hoy en día, esta previsión ha dejado de ser fiable. He leído que, debido al cambio climático, a los pastores les resulta cada vez más difícil prever el clima de la estepa y, por lo tanto, muchos de estos desplazamientos hacia lugares donde creen que estarán mejor, a menudo acaban en tragedia. Por el camino se encuentran con fenómenos meteorológicos extremos imprevistos, como por ejemplo el DZUD, que puede llegar a provocar la muerte a la mitad del rebaño. Y si el rebaño se debilita, su propia supervivencia se tambalea. Hasta el punto de verse sacrificando al caballo, que es su animal más sagrado. O de desistir y emprender el viaje, no hacia otro lugar de la estepa, sino directamente hacia la capital, porque la suya, ya no les parece una forma de vida segura. Por si esto no fuera suficiente, también he leído que una vez en la capital de Ulán Bator, se encuentran que el sistema no sabe, o más bien no quiere, acogerlos. Y es entonces cuando estas familias se ven obligadas a vivir en los márgenes en situación de pobreza, a respirar uno de los aires más contaminantes del mundo a causa del carbón en suspensión y a ver como a sus niños no saben, o no quieren, integrarlos en el sistema educativo.

Lo que nos preocupa desde el festival no es solo que en Mongolia haya muchas cosas a punto de desaparecer, sino que cosas tan importantes como el agua dulce, el aire limpio, la hierba fresca, la tradición oral, la hospitalidad y los animales salvajes, también están a punto de desaparecer aquí y en el resto del mundo.

Para crear la campaña de este año hemos intentado ponernos las gafas de la tradición chamánica, todavía presente en algunas zonas de Mongolia, para observar con ellas esta realidad desde una mirada animista, entendiendo que cualquier cosa tiene alma y, por lo tanto, es igual de importante que las personas. Inspirándonos también en el libro ‘Canto yo y la montaña baila’ de Irene Solà, en el que la autora juega a contarnos una historia desde diferentes voces no-humanas, hemos creado una serie de lápidas en las que estos personajes se expresan en forma de epitafio al ver que la suya es una muerte anunciada. ¿Qué escribiría la última brizna de hierba en su lápida al ver que se acerca su fin? ¿Y el último arroyo de agua cristalina? ¿Y el último gesto de hospitalidad o el último cuento aprendido de los abuelos? ¿Y el último caballo salvaje o la última ráfaga de aire limpio?

Quiero agradecer enormemente la magia de Gerard Canals al escribir cada uno de los epitafios que podéis leer en las lápidas, a Irene Solà por crear una obra tan inspiradora y por conectarme con él, al equipo de personas que ha trabajado conmigo, Tiago, Ricardo y Victoria, por su energía al hacer crecer esta semilla plantada a finales de junio, y al equipo del festival por permitir año tras año seguir explorando nuevos territorios formales, conceptuales y narrativos. Larga vida.



Ingrid Picanyol
28 d’octubre de 2022