Ingrid Picanyol Studio.

Dejarse atravesar

27 enero 2025
3 min

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Dejarse atravesar

Esta mañana la he pasado fuera de la cueva. La mayor parte de las horas de trabajo las paso frente al ordenador, pero cuando la marea de tareas baja, salgo a buscar que algo dentro de mí se remueva. Recorro la ciudad con la mente conectada a los proyectos, pero con los ojos puestos en la vida que fluye detrás de las paredes del estudio y, tal como ocurre con los vasos comunicantes, mezclo trabajo y mundo. Me expongo a que lo de fuera salpique los proyectos que tengo dentro y, aunque a veces parezca que no, todo, en mayor o menor medida, transforma. Darse cuenta termina siendo solo una cuestión de tiempo.

Me siento en la cafetería del Hub y decido visitar la exposición “El océano habla. Nuevas ecologías y economías del mar”. Desconozco en qué idioma me hablará el océano, pero el viaje promete: los de mi izquierda conversan en ruso; los de mi derecha, en portugués brasileño. Y yo, que solo he cambiado de distrito.

Recorro la ciudad con la mente conectada a los proyectos, pero con los ojos puestos en la vida que fluye detrás de las paredes del estudio y, tal como ocurre con los vasos comunicantes, mezclo trabajo y mundo. Me expongo a que lo de fuera salpique los proyectos que tengo dentro y, aunque a veces parezca que no, todo, en mayor o menor medida, transforma.

La exposición explora los efectos de la actividad humana en los ecosistemas marinos y reflexiona sobre cómo Barcelona puede rediseñar su relación con el mar en un contexto de crisis climática. Me detengo frente a un vídeo que muestra la constante erosión que provoca la subida del nivel del mar en las comunidades costeras de la región de Yorkshire. En la pantalla aparecen todo tipo de construcciones destinadas a proteger la costa y evitar que las olas sigan acercándose a las casas. Y mientras celebro en silencio que se hayan tomado este tipo de medidas, también me doy cuenta de que me he hecho mayor. La Ingrid de hace unos años habría sentido que, en lugar de remangarnos para levantar muros, deberíamos hacerlo para detener el calentamiento global, pero ahora, llamadme pesimista, creo que toda esta transformación no solo es inevitable, sino que ya se está filtrando por las juntas de las ventanas, mientras nosotros nos filtramos dentro de las pantallas.

Me sumerjo en el metro, devolviendo una llamada perdida del administrador de la finca donde tenemos el estudio. Justo antes de las fiestas de Navidad sufrimos una inundación y hay que terminar de reparar algunos desperfectos. Cuando le expliqué los detalles a un amigo fontanero, me dijo que el agua es la cosa más perseverante que conoce porque escala paredes, sabe adoptar todas las formas, es capaz de destrozar muros y siempre, siempre, siempre acaba encontrando la manera de salir. También me dijo que nunca puede estar quieta, porque aunque parezca que está estancada o en reposo, siempre hay en ella una fuerza latente, una capacidad para avanzar y transformarse.

Me ahorraré los motivos concretos que nos causaron la fuga, pero el caso es que el agua nos atraviesa el techo más a menudo de lo que nos gustaría. Vamos a una inundación por año y, aunque a estas alturas ya podemos afirmar que nuestra permeabilidad es ridícula, una parte de mí siente que ya está bien que sea así. Cuando el agua se filtra, abandonamos la tecnología y nos volcamos en la vida: nos levantamos de las mesas, sacamos fregonas y cubos, corremos a saludar a un vecindario invisible el resto del año, recordamos a nuestros libros y herramientas cuánto estamos dispuestas a protegerlos y, al final, volvemos a disfrutar de una pared recién pintada y de la alegría de sentirse de nuevo a salvo, por una buena temporada.

Un abrazo desde el H6,
Ingrid