Pati Nuñez me debe unos canelones de asado. Aún no han llegado, pero no hay prisa. Pronto le enviaré una convocatoria oficial y confío en que se presente en el estudio con el táper bajo el brazo.
La conocí oficialmente hace un año —digo oficialmente porque ya hacía años que sabía quién era— cuando participé en un debate organizado por el DHub con motivo de la exposición ‘¡ESTAMOS AQUÍ! Las mujeres en el diseño. 1900 – Hoy’. Nos invitaron para contrastar nuestras experiencias: ella, como diseñadora pionera presente en la muestra, y yo, como diseñadora de otra generación.
Una pregunta que ahora lamento no haberle hecho mientras grababan la conversación, porque estoy segura de que más de una habría agradecido habernos escuchado. Yo lo habría agradecido, vaya. Pero más vale tarde que nunca, ¿no? El aprendizaje tiene forma de serpiente y nunca se desliza en línea recta.
Cuando leí el correo donde se me invitaba a participar, pensé en lo brutal que puede ser la vida a veces. ¿Por qué? Pues porque Pati tenía el estudio encima del mío cuando yo me aventuré a trabajar como freelance desde la c/Sant Agustí núm. 3 del barrio de Gràcia. Y porque nunca, nunca, me atreví a hablarle en ninguna de las veces que coincidimos en el ascensor. Quizás algún día le solté un buenos días de persona adulta para canalizar la tensión, pero poca cosa más. Me imponía mucho respeto, ¿qué queréis que os diga? Pati era una grande, yo no era nadie y no quería quedar como una fan. (¿Y qué problema hay en quedar como una fan, Ingrid? Ya, no lo sé). Pero lo que en el fondo sentía, y va en serio, era que acabaría llegando un día en que conversaríamos de tú a tú, y no de diseñadora pionera a proyecto de diseñadora. Que todo era solo una cuestión de tiempo porque en mi interior pensaba: tú ahora no lo sabes, Pati, pero ya verás, algún día tú y yo reflexionaremos juntas sobre este maldito y maravilloso oficio. Y si no es así, pues que no sea, tampoco pasará nada.
Lo que yo allí aún no sabía era cuándo, cómo y dónde se produciría este encuentro que intuía que acabaría llegando. Tampoco sabía que muchos años de experiencia no garantizan la estabilidad emocional con el trabajo. Y esto lo digo porque cuando terminamos el debate del DHub, me acerqué a ella para lanzarle La Pregunta. Una pregunta que ahora lamento no haberle hecho mientras grababan la conversación, porque estoy segura de que más de una habría agradecido habernos escuchado. Yo lo habría agradecido, vaya. Pero más vale tarde que nunca, ¿no? El aprendizaje tiene forma de serpiente y nunca se desliza en línea recta.
Era invierno, afuera estaba oscuro y mientras ella subía la cremallera de un anorak color ceniza le dije: Pati, ¿tú has pensado alguna vez en dejarlo? Ya os podéis imaginar por qué le preguntaba. Ahora no quiero dejarlo, pero a veces se me ha pasado por la cabeza y quería saber si eso que a veces me ocurría era normal. Y ella, como quien en medio de un examen quiere soplar la solución a una compañera que se encuentra perdida, me dijo: ¿yo? Uy, me debe de pasar aproximadamente una media de dos veces al año.
Así que, en resumen, si alguien hoy, o ayer, o el mes pasado, o a finales de marzo se despertó preocupada por creerse la única que a veces piensa en tirar la toalla, que sepa que no es así. A nosotras también nos pasa.
Gracias, Pati.
Un abrazo desde el H6,
Ingrid