¿En qué momento empieza un proyecto? ¿Cuando anotas su nombre en la libreta? ¿Cuando recibes el primer correo y todavía no has enviado ni el presupuesto, pero tú ya has empezado a divagar? ¿Cuando, caminando por la calle te encuentras con un recurso y piensas: «Te guardo, algún día encajarás en algún proyecto»? No tengo ni idea. Si el proceso creativo fuera rastreable, este oficio ya no tendría ninguna gracia.
Hay personas que creen que en este proceso las cosas ocurren una después de la otra. Como en las fábricas. Como en los guisos. Lo digo porque en varias ocasiones me han preguntado por esa fórmula secreta. Tan secreta que lo es incluso para mí. Si me preguntas cómo he llegado a una idea, no seré capaz de trazarte el camino; solo sabré señalarte puntos aislados repartidos por un mapa. Porque el cerebro camina más rápido que mi capacidad para registrar todas las curvas.
Si me preguntas cómo he llegado a una idea, no seré capaz de trazarte el camino; solo sabré señalarte puntos aislados repartidos por un mapa. Porque el cerebro camina más rápido que mi capacidad para registrar todas las curvas.
Escribo esto mientras miro por la ventana de este perezoso H6, porque no sé cómo seguir ni a dónde quiero llegar. En el paso de peatones, una mujer espera apoyada en una muleta. Me pregunto si tiene la manía persistente de cargar su peso de forma desequilibrada, hasta desgastar más una cadera que la otra, o si simplemente se ha tropezado. Al final, me inclino por esta segunda opción. No sé por qué, pero sospecho que me servirá para ilustrar esto sobre lo que intento reflexionar durante el tiempo que dura este trayecto.
Ya que hablamos de lesiones, a menudo pienso que la creatividad tiene que ver con el entrenamiento, pero, sobre todo, con la supervivencia. Tienes que resolver un encargo para tal día. Punto. A partir de ahí, el reloj se invierte y la arena empieza a precipitarse. La cuenta atrás comienza y, como en un escape room (ojo, que yo no soy de escape rooms, pero ya me entendéis), tienes que encontrar la salida. Y mientras dura la urgencia por encontrar la solución que desbloquee la puerta, ni estás pendiente de todos los lugares donde pones los ojos, ni de todos los sitios donde pones los pies. Solo te apresuras a encontrar la solución, y eso a menudo implica correr el riesgo de tropezar.
«¿Es que no miras dónde pones los pies?», te dirán. Y tú, mientras te recompongas de la caída, les dirás que sí, pero en el fondo querrías decirles que no. Porque, ¿cómo podrán entender que lo único de lo que has estado pendiente es de encontrar la llave que te saque de este laberinto de claroscuros llamado proceso creativo, que desde fuera todo el mundo idealiza?
Un abrazo desde el H6,
Ingrid