La historia ha demostrado el estrecho vínculo entre los acontecimientos y preocupaciones sociales y el diseño.
Con la llegada de la Revolución Industrial, y siguiendo los dictámenes de la economía industrial de la época, la tarea de los diseñadorxs consistió principalmente en ayudar a producir objetos en serie para satisfacer así las necesidades de consumo de la masa.
Entre los años setenta y el final de la década de los noventa, y en medio de una crisis ideológica causada por la llegada del pensamiento posmoderno, llegaron las nuevas tecnologías y, con ellas, la necesidad de dar un salto cualitativo para dar forma a nuevos artefactos con soluciones inéditas. Nuevos artefactos que, una vez al mercado, han puesto en más evidencia todavía al existente abismo entre clases sociales que provocó el inicio de la industrialización.
Actualmente, nos encontramos transitando de una economía industrial hacia una economía de la información y el conocimiento o, como también se denomina, hacia una economía postindustrial. Vivimos rodeados de artefactos, todos ellos iguales entre ellos, donde la única estrategia de los diseñadorxs para diferenciar un producto del resto, y seguir persiguiendo así las mismas finalidades comerciales de hace tres siglos, es centrar la práctica en incorporar a estos objetos todo tipo de valores simbólicos, en vez de cualitativos. El artista plástico y diseñador catalán Jordi Pericot describió, en 2002, esta nueva inercia de la disciplina en el artículo El diseño y sus responsabilidades para el futuro de la siguiente manera: «Nacido de la voluntad de adecuar y subordinar el entorno a las necesidades humanas, el diseño se ha convertido en una estrategia persuasiva que entiende el objeto como un simple impulso para el consumo programado y masificado. En el mundo de los privilegiados, los objetos del diseño ya no compiten por su función, sino por su añadido simbólico o diferenciador».
Cada vez son más los autores que, como Pericot, reclaman la urgencia de incluir la ética en nuestra práctica y de poner las personas en el centro de todo proyecto. Enzio Manzini, académico y autor de diseño italiano conocido por su tarea en diseño para la innovación social y la sostenibilidad, y el periodista y escritor licenciado en Derecho Josep M. Martí-Font insisten que todo artefacto que nos rodea condiciona e influye de manera directa sobre nuestro comportamiento. Y consideran que si no tenemos en cuenta el componente ético en todo aquello que creamos, seguiremos legitimando únicamente los intereses del capital por encima de los intereses de los individuos. Martí-Font, en el artículo Diseño y ética, publicado en 1986, afirmaba que «toda reflexión que solo tenga en cuenta los aspectos poéticos, significativos o tecnológicos del diseño, sin el contrapeso de la dimensión social y ética, solo podrá legitimar la actual práctica por más pretensión crítica que quiera aportar. Se puede reflexionar sobre la práctica sin poner en cuestión “el status” actual, pero aquella será necesariamente acrítica y no hará más que legitimar y “mejorar” los medios del actual diseño y su colaboración con los poderes establecidos para continuar incidiendo en los hábitos de consumo, eternizar la alienación que este genera y recubrir de ideología el que en realidad solo es interés de la clase que controla la producción». Manzini, además de incorporar la ética a la profesión, propone que, para construir un mundo mejor, se definan unos nuevos conocimientos de diseño: «Conocimientos de diseño que, en mi opinión, son necesarios desesperadamente si queremos unirnos en la batalla por un mundo sostenible con mayor esperanza de victoria».
En una línea similar encontramos las perspectivas del diseñador y educador Victor Papanek o el diseñador y autor de varios libros Mike Monteiro. Ambos, a pesar de pertenecer a épocas diferentes, subrayan el alto impacto en las personas de aquello que hacemos e insisten en que la ética se tiene que considerar desde el primer momento en que iniciamos un proyecto, puesto que, dependiendo de cuáles sean nuestras decisiones, podemos ayudar o perjudicar todo aquel que entre en contacto con aquello que hemos creado. Papanek, en el libro Design for the Real World, publicado en 1974, define los diseñadorxs como una raza peligrosa desde el momento en que pueden diseñar coches inseguros que matan casi a un millón de personas en el mundo cada año, o desde el momento en que pueden escoger materiales o procesos que contaminan el paisaje o el aire que respiramos. Una afirmación probablemente radical para algunos, pero de rotunda actualidad casi cincuenta años más tarde.
Sabemos que el ser humano necesita la salud del cuerpo y del entorno para poder vivir, por lo tanto, cuando nos referimos a los intereses de las personas también nos estamos refiriendo a los intereses del planeta. A menudo, estas dos realidades son entendidas de forma independiente, pero el teórico del diseño alemán Gert Selle las integra en el momento de definir cuál tendría que ser según él el principal horizonte de la profesión: «El diseño tiene que significar: configuración de un medio ambiente humano. Y configuración de un medio ambiente humano significa: oposición a todo aquello que impida un ambiente de carácter humano, a la vez que la creación y anticipación de utopías concretas para el mañana». Selle, como otros autores que veremos a continuación, reclama la necesidad de una actitud preventiva en cualquier proceso de diseño. Todos ellos están de acuerdo que para hacer posible un futuro mejor hacen falta nuevas políticas socioeconómicas y que los diseñadorxs ayudemos a dejar el mundo mejor de cómo lo hemos encontrado.
Además del impacto de nuestro trabajo en la salud de las personas y la sostenibilidad medioambiental, también existen otros problemas relacionales y discriminatorios que hacen que muchos individuos se encuentren cada vez con más riesgo de exclusión. La actual investigadora Clara Mallart nos alerta que «los problemas más evidentes de diseñar sin una perspectiva ética son los relacionados con la discriminación de género, de raza, de edad, por ideología, etc.» y añade que «crear metodologías, herramientas o técnicas para detectar estos problemas durante los procesos de diseño será importante en la construcción de un futuro que acoja la equidad y la igualdad entre todos los seres de este planeta, humanos y no humanos, y que respete los tiempos y la estructura planetaria porque esta siga sustentando la vida tal y como la conocemos».
Vivimos en una sociedad desigual que, tal y como expone Mallart, necesita nuevas medidas preventivas de inclusión que faciliten la convivencia. El abismo entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo y el aumento del terrorismo están provocando una presión inmigratoria irreversible y el diseño, como disciplina vinculada a los intereses de la población, tendría que participar en la gestión de estos conflictos. Con relación a esto, Pericot también reivindica la necesidad de reducir distancias entre polaridades: «Tenemos que buscar soluciones de convivencia que garanticen la legítima demanda de seguridad mundial, pero que no se basen en la investigación del enemigo o en el aumento de los gastos militares y en proyectos bélicos, sino en la construcción y la consolidación de un nuevo modelo que cambie militarización por prevención, que busque la aproximación entre el norte y el sur y que se comprometa con el medio ambiente».
La mayoría de autores coinciden en el hecho de que hay que anteponer las personas y el planeta a los intereses del capitalismo y que hay que dejar de tratar los individuos como meros consumidores. Reivindican que un cambio de paradigma en la profesión ayudaría a rebatir la situación y a suavizar los pronósticos de futuro más pesimistas. El profesor de estudios de diseño Clive Dilnot, además, insiste en que tenemos que defender la dignidad de las personas a quienes se dirige nuestra obra, ser exigentes con la ética como ejercicio de investigación y aprendizaje constante, adoptar una actitud más reivindicativa al diseñar y entender nuestra tarea como una práctica militante al servicio de las personas y la sostenibilidad.
La profesión ha empezado a cuestionarse sus propias estructuras y a detectar cuáles son sus responsabilidades. Puede parecer complicado saber con certeza como será la vida en un futuro, pero no observar cuál ha sido el verdadero impacto, social y medioambiental, que nos han dejado las estrategias y decisiones tomadas hasta ahora. Cómo diría Victor Margolin, «como creadores de maquetas, prototipos y propuestas, los diseñadores ocupamos un espacio dialéctico entre el mundo que es y el mundo que podría ser. Informados por el pasado y el presente, nuestra actividad está orientada hacia el futuro. Esta es una tarea colectiva para la comunidad del diseño, puesto que nuestra visión de futuro seguirá determinando como vivimos en el presente».