Ingrid Picanyol Studio.

Correr el riesgo de la parálisis.

7 noviembre 2024
4 min

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Correr el riesgo de la parálisis.

La campaña del Festival de Cine de Montaña de este año no necesita muchas explicaciones. Aun así, como cada año, me desplacé a Torelló para explicar la historia que se esconde detrás, durante la rueda de prensa de presentación de la edición.

“¡Es mi favorita!”, me decían algunos. Y yo, sorprendida, les respondía: “¿Ah, sí?”. Entonces alguien añadía que sí, porque con solo verla ya se entiende, y no hay que romperse los sesos para descifrarla. “Oye, que también está muy bien cuando nos haces pensar, eh”, puntualizaba alguien, “pero se agradece cuando entenderla no supone un esfuerzo.”

Esta postura sobre si tener un perro o no y la de quienes agradecen los proyectos que no les obligan a pensar demasiado me provocan la misma sensación en el estómago. Es una sensación de calma, sí, pero de una calma vacía, porque sospecho que, desde ahí, corremos el riesgo de la parálisis.

Ya que hablamos de esfuerzos, tengo que confesaros que llevo días dándole vueltas a esto de la comodidad. Hace unas semanas, alguien me comentaba que le encantan los perros, pero que adoptar uno supondría poner en riesgo la vida que se ha construido. Y, casualmente (nada es casual, debe ser más bien algo sintomático, incluso generacional), otra persona la semana pasada me contaba lo mismo: que lleva tiempo pensando en tener un perro, pero que la rutina que ha conseguido sin él está por encima.

A mí eso me asusta. En serio. Me dan miedo las renuncias en nombre de la comodidad o, mejor dicho, de la inmovilidad. Y no es que sea masoquista ni que me guste sufrir (¡todo lo contrario!), pero hay días en que también me parece un riesgo perdernos el aprendizaje que aparece cuando una cosa cambia de lugar. Sacar cada día al perro para cagar no me parece un planazo, pero aprender a cuidarlo, comunicarte con él, compartir tiempo, elegir un restaurante en función de si él también es bienvenido, e incluso acompañarlo en su último adiós, sí que me parece una experiencia increíble. Pero esto lo digo desde fuera, porque yo tampoco tengo perro.

El caso es que esta postura sobre si tener un perro o no y la de quienes agradecen los proyectos que no les obligan a pensar demasiado me provocan la misma sensación en el estómago. Es una sensación de calma, sí, pero de una calma vacía, porque sospecho que, desde ahí, corremos el riesgo de la parálisis. ¿A qué lugares nuevos podemos llegar si no nos movemos de donde estamos? ¿Qué podemos aprender si solo atendemos a lo que ya conocemos? ¿Qué nuevas soluciones podemos encontrar si no nos atrevemos a recorrer un proceso distinto al de siempre?

Quizás lo terrorífico no sea que la comodidad cambie, sino que algo se mueva y nos arrastre con ello. Y que, ante ese temor, terminemos decidiendo poner el freno de mano, reproducir el mismo disco de siempre y contemplar una puesta de sol predecible, mientras imaginamos, una y otra vez, qué forma debe tener el mundo si lo contempláramos desde otro lugar.


Un abrazo desde el H6,
Ingrid