Coge una hoja Din A4 de 100 gramos y dóblala por la mitad. Exactamente por la mitad. Las dos esquinillas bien encajadas, las otras dos esquinillas también. Así. Perfecto. Déjala a un lado de la mesa y coge otra hoja. Esta, en lugar de 100 gramos, tiene 120. Haz lo mismo: esquinilla con esquinilla, ¡zas! y ya tienes delante de ti un segundo díptico perfecto. Ahora cierra los ojos. Explora los dos dípticos con las manos hasta que entiendas qué significa tener 20 gramos de diferencia. Despliégalos, vuelve a plegarlos, frótalos, hazlos sonar, huélelos si es necesario. Fíjate en todos los detalles. ¿Qué? ¿Notas cuán diferentes son? ¿Entiendes ahora por qué el mundo los necesita a los dos, y no solo a uno o al otro?
El curso pasado asistí a un seminario titulado ‘Paisaje y Narrativas Fotográficas’ en la Escuela Bloom. Lo impartía la comisaria y doctora en Historia del Arte Marta Dahó, y el grupo era de lo más variopinto. Entre las compañeras estaba Laura Van Severen, una fotógrafa belga establecida en Barcelona que, meses después de acabar el seminario, ha contactado conmigo para que le diseñe un libreto para una exposición colectiva.
Porque, ¿a quién le importa todo este despliegue de posibilidades cuando, fuera de este estudio-burbuja, muchas personas luchan por sobrevivir? ¿Soy la única que a veces piensa que nuestro trabajo es de todo menos necesario?
La pieza que hemos creado consiste en dos hojas Din A4 dobladas por la mitad a diferentes distancias que, colocadas una dentro de la otra, forman una escala de cuatro desniveles perfectos, por donde sobresale el texto impreso de cada página. Vista en vertical, podría recordar a una guía telefónica, vista en horizontal a un horizonte montañoso. Bueno, o eso es lo que nosotras dos queremos ver.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Voy. Tengo sobre la mesa un total de dieciséis maquetas. Dieciséis maquetas donde vemos diferencias en el tamaño del texto, en la composición del espacio, en la distribución de la información, en el tamaño del interlineado, en la dimensión de las imágenes, en el grosor del papel. Variaciones aparentemente minúsculas que, a ojos de este mundo en llamas en el que vivimos, pueden parecer preocupaciones absolutamente ridículas. Porque, ¿a quién le importa todo este despliegue de posibilidades cuando, fuera de este estudio-burbuja, muchas personas luchan por sobrevivir? ¿Soy la única que a veces piensa que nuestro trabajo es de todo menos necesario? ¿Puede el diseño gráfico salvarnos de algo?
El jueves, Laura me envió un correo con los últimos cambios y me mató —no de verdad, sino metafóricamente. Se despedía diciendo: “Este fin de semana probaré a doblar papel de 100 y 120 gr para acabar de decidirme”, y en ese momento sentí como si me hubiera dado una bofetada. Porque, al fin y al cabo, ¿no es esa atención, cuidado y minuciosidad por las cosas que nos importan la única forma de supervivencia que nos queda?
Un abrazo desde el H6,
Ingrid